Un nuevo infierno se mostró el pasado 7 de mayo, en Brownsville, Texas, cuando 18 venezolanos fueron arrollados mientras estaban en una parada de autobuses

La estadística de migrantes fallecidos no se detiene mientras la desesperación por obtener lo necesario para sobrevivir los ha empujado a cruzar fronteras legal o ilegalmente poniendo en riesgo sus vidas. El llanto por los muertos no cesa.

Los migrantes salen de un infierno, cruzan otro -en especial la selva del Darién- sin la garantía de no acceder a otro infierno más, porque la posible derogación en Estados Unidos de la vigencia del título 42 que permite la expulsión de migrantes sin oportunidad de solicitar asilo, no cancela la incertidumbre ni la desesperación.

Un nuevo infierno se mostró el pasado 7 de mayo, en Brownsville, Texas, cuando 18 venezolanos fueron arrollados mientras estaban en una parada de autobuses, donde irónicamente estaban optimistas al haber sido liberados de un albergue. De ellos, han fallecido nueve. El responsable ha sido acusado de homicidio sin aún considerar que pudiese haber sido un crimen de odio, tal como argumentan testigos que vieron y escucharon su actitud amenazante.

Sobrecogidos por lo sucedido, vecinos del lugar buscaron afanosamente una bandera venezolana para colocarla y honrar a los caídos. Una voluntaria improvisó una, pero como ya es costumbre, algunos seguidores de redes, en lugar de unirse al luto, se enfocaron en criticar que nuestro símbolo tan rápidamente preparado, tuviese ocho estrellas, en lugar de siete. ¿En qué nos hemos convertido? ¿Ha triunfado la narrativa que nos divide?

Venezuela se desangra en muchos sentidos.

La estampida de más de siete millones de ciudadanos mutila al país, aborta sueños, cancela el progreso. Somos pedazos de algo que se va deformando por el dolor. Comenzamos a desconocernos los unos a los otros como si nuestra esencia se alejara esquiva, eludiendo nuestra raigambre, impelidos por la urgencia de sobrevivir.

El último informe de la Organización No Gubernamental, Provea, explica buena parte de la tragedia: “El gobierno de Nicolás Maduro se convirtió en una fábrica de exclusión y desigualdad. Para 2022 se registraron 19,1 millones de personas con necesidades humanitarias; 68% de la población sufrió pobreza multidimensional”. La descripción de un infierno se documenta con las cifras de la inflación, el colapso de los servicios públicos, el dramático déficit de viviendas (el año pasado el gobierno entregó 3.122 y dijo que había otorgado 500 mil) en el marco de la ausencia de institucionalidad democrática y de estado de derecho con incremento en la persecución por razones políticas y censura sobre medios de comunicación.

Y así, un niño de 12 años murió intoxicado por comer basura en un barrio en el oriente venezolano, según reportó BBC Mundo.

Entretanto la poderosa narrativa del régimen hace énfasis en inocular odio entre los venezolanos que permanecen en el país y los que se han visto obligados a salir, al tiempo que trata de minimizar o torcer la verdad de la fatalidad que aplasta a los migrantes.

Por eso el arrollamiento que asesinó a 9 venezolanos y dejó heridos a otros 9, fue despachado por el régimen mediante un comunicado. Al día siguiente del hecho, Maduro tuvo la tercera entrega de su nuevo show mediático en el que el divertimento no dejó espacio para nada serio. La tragedia fue ignorada. Tal vez sea preferible su silencio que aquella declaración en la que afirmó con inocultable cinismo: Venezuela es mucho más bella que donde ustedes están lavando inodoros.

“No podemos normalizar esta tragedia”, advierte Carlos Vecchio al responsabilizar a Maduro y su dictadura por el mayor desplazamiento de la historia en el hemisferio.

“En poco más de un mes han fallecido 17 venezolanos en rutas migratorias, entre el arrollamiento de Texas, el incendio de Ciudad Juárez y en El Darién. Todo muy lamentable. Ya entre 2021 y 2022 habían fallecido 165 en rutas migratorias por la región,” precisa David Smolansky.

Son infiernos que solo se apagarían con la recuperación de la democracia. Lo insólito es que tratándose de una crisis inocultable y creciente que altera a toda la región, todavía no ocupe una agenda conjunta que procure encontrar alternativas, que al menos maticen esta crisis. Hasta ahora puro y muy prudente discurso. Reuniones burocráticas como la de Bogotá de las que el régimen se burla, para luego darse el lujo de atacar a Josep Borrell, al alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad.

Fuente: Diario Las Américas

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