Determinar los niveles de recuperación de un país, utilizando para ello la cantidad de conciertos que allí realizan artistas internacionales o la cantidad de bodegones o restaurantes de lujo que estén en funcionamiento, es por decir, lo menos, un acto de cinismo o el criterio de alguien comprometido con la autocracia.
Por Luisa Ortega Díaz
Hago el comentario porque repentinamente hemos notado que en las redes sociales ha comenzado a tomar fuerza una tendencia que se resume en la frase: “Ya Venezuela se arregló”, afirmación que no es cierta. Los venezolanos lo saben. Son millones los que siguen padeciendo la crudeza de la inflación, del dolor terrible que produce no poder alimentar un hijo, la circunstancia humillante de no poder continuar estudiando o verse obligado a recurrir a la caridad y a la mendicidad.
No es cierto que para ellos las cosas están mejor. ¿Creen que esos venezolanos, que no tienen dinero para comer, mágicamente ahora sí tienen dinero para comprar la entrada de un concierto. ¿En qué están pensando los que afirman que “Venezuela se arregló”? ¿En qué piensan los que se hacen eco de esa insólita idea? ¿No debemos preocuparnos de que se hagan esas afirmaciones tan ligeras y de que tengan defensores?
Esta operación tiene nombre: se llama propaganda, manipulación, y lo más triste es que se propague con la ayuda de ingenuos que, en su desesperación, quieren ver signos de recuperación, aunque sean engaños y falsedades. Es la propaganda de un régimen acorralado, que maquilla su fracaso con Nutella y salmón noruego. Una autocracia impotente que, incapaz de corregir la devastación que ha causado, opta por ocultarla con bambalinas los conciertos de artistas extranjeros.
El país se arreglará cuando sus instituciones funcionen, cuando los poderes pueden actuar con independencia y sin el tutelaje de un déspota bravucón. El país se arregla cuando el salario de la gente les alcanza para vivir con dignidad, cuando se le ofrecen oportunidades para su desarrollo, cuando los servicios públicos funcionen, cuando sus jóvenes acudan a las universidades y disfruten las ciudades sin miedo a que los maten, los roben o los secuestren.
Un país se arregla cuando la gente deja de ser habitante para convertirse en ciudadano y deja de mendigar un caja de comida para hacerse plenamente productivo, deja de ser humillado por un gobernante para ser sujeto pleno de sus derechos y deberes políticos. Un país se arregla cuando su dirigencia honra sus leyes, respeta la Constitución y promueve la armonía para que la sociedad se concentre en la creación de prosperidad y progreso.
La medida de cuánto se ha arreglado Venezuela está directamente relacionada con la existencia de una verdadera democracia, y qué tan eficientes son las instituciones que en ella funcionan. Esta es la base de todo mi trabajo: la urgencia que debemos darle a la reconstrucción de nuestra democracia, el rescate de nuestras instituciones, y que seamos capaces de refundar la confianza en la fuerza transformadora del poder ciudadano.
Yo veré arreglado mi país cuando vea a cada ciudadano venezolano utilizando el inmenso poder de su voto para castigar políticos mediocres y traidores y para premiar con su respaldo entusiasta a esa dirigencia social comunitaria que sí está interesada en representar y defender los verdaderos intereses de la gente. Cuando vea eso, Venezuela se habrá arreglado. Cuando eso suceda, seremos realmente de nuevo un país encaminado hacia la prosperidad y el éxito. Pero no serán las estrofas de una canción de moda, ni la crema de avellanas lo que mida nuestro bienestar: esa medida será el despertar ciudadano, la independencia, la libertad y la valentía de los ciudadanos que harán valer los derechos que les da la Constitución con determinación y coraje. Esa es la verdadera medida de nuestro bienestar, que es el mismo bienestar de nuestra democracia.
Los señuelos de la autocracia solo hay que ignorarlos hasta verla derrotada. Lo que es urgente es concentrar todas nuestras fuerzas, toda nuestra atención, en utilizar las capacidades de cada uno para construir nuestro propio futuro. Eso no podemos delegarlo. Debemos hacerlo con nuestras propias manos. Yo creo, y en ello estoy trabajando constantemente en Venezuela y en el exterior, en la esperanza que surge de los pueblos que son capaces de forjar un propósito común que los guíe.
Creo que la solución está en la comunidad, en la gente que sufre y padece. Creo que los líderes del cambio deben provenir de las calles del país, y no de las cómodas oficinas de un partido en la capital. Creo en la fuerza que nos da la Constitución y en el voto como su manifestación más poderosa. Creo en la libertad y en la igualdad. En eso creo y por eso trabajo.
El 2024 está a la vuelta de la esquina. Nos espera uno de los más grandes compromisos históricos por los que ha atravesado nuestro país. Ese reto no podrán resolverlo, una dirigencia que hasta ahora no han hecho sino hundirnos más y, con su incompetencia, no han hecho otra cosa que fortalecer el despotismo que se apoderó de Venezuela. La que ha pisoteado nuestras esperanzas tampoco podrá con este reto tan trascendental. Solo nosotros, los ciudadanos, podemos resolver esta situación tan apremiante, y podremos hacerlo porque es en estos momentos cuando las fuerzas del pueblo se multiplican y fortalecen su vitalidad.
He luchado por la democracia y por el restablecimiento del perdido orden constitucional, y no voy a descansar hasta lograrlo. Lo haré fortaleciendo el poder ciudadano, convirtiendo el voto en el medio para conseguir nuestros objetivos y confiando ciegamente en la potencia social de los venezolanos que han recibido el inmerecido castigo de vivir la tragedia que hoy nos atormenta.
Cuando ese pueblo, cuando esos ciudadanos hayan expulsado del poder la tiranía, entonces podremos decir con certeza: “Venezuela se arregló”.