Por el Dr. Pedro Mosqueda

En la distancia, duelen más las partidas. Al menos estando en nuestra querida ciudad, uno puede visitar a los deudos, amigos y seres queridos del que se ha ido, tomar un café con ellos, acompañarlos en el debido ritual de los humanos, que a todos nos aguarda, cuando descendamos a nuestra última sombra. La implacable despedida.
Se ha ido mi amigo, mi compadre, el Doctor Arturo Rojas. Luchó largamente contra una penosa y dura enfermedad, y él, que tantas vidas salvó, incluyendo la mía, perdió la batalla final que todos vamos a perder, algún día.
Tengo que conformarme con esta nota luctuosa desde lejos, y no con el abrazo que quisiera darle a su esposa Asmirian y a sus hijos Arturo y Adrián.
Fue un luchador, que se hizo a sí mismo toda la vida. Un hombre de origen humilde, que se vino junto a sus padres y hermanos desde las montañas andinas y estudió medicina en la Universidad de Carabobo. Fue un extraordinario médico internista, y desde el inicio de su carrera, siempre emuló al médico de los pobres, a nuestro beato José Gregorio Hernández.
Fue un emprendedor, que fundó la Clínica la Coromoto de Maracay, un proyecto construido con gran esfuerzo y tesón al lado de su hermano Orlando y de otros médicos emprendedores de Maracay.
Soy uno de la larga lista de personas que a las que él les salvó la vida, y lo hice mi compadre, es el padrino de mi hija Marta Lucía. Era un honor para nosotros tener en la familia a alguien que tanto ayudó y apoyó al pueblo humilde y necesitado. Un ciudadano honorable.
En una oportunidad me pidió que le acompañara con el objeto de convencer a una humilde señora y a su familia para que se operara con urgencias un tumor en el riñón diagnosticado por él previamente; era un apasionado de su máquina de ecosonogramas, nadie se marchaba de su consulta sin ese escaneo escrutador.
-Te tengo dos noticias – me dijo- el corazón lo tienes como una «pepa», pero cargas en tu cuerpo un tumor de 12 centímetros; Arturo rompió a lo largo de su carrera varios récords en hallazgos.
Esa es la razón por la cual me pidió que lo acompañará a una visita humanitaria…
-No importa si no pueden pagar, yo lo asumo – dijo – y les traje a Pedro para que les cuente por qué está vivo… Tenía un tumor en un riñón y se operó, como yo quiero hacer con usted…
Así era Arturo. Servicial, buen esposo, buen vecino, buen hijo, buen hermano, buen padre, buen amigo. Por eso en Aragua todos lo querían… hasta los ricos eran sus pacientes.
En varias oportunidades «raspó» a la élite médica de Caracas, Valencia y EE.UU; rápidamente el rumor corrió como pólvora y varios maracayeros notables lo hicieron su amigo y médico de cabecera. Hoy deben estar muy tristes.
Se va nuestro paño de lágrimas, el médico de los pobres y los ricos. Lo extrañaremos mucho, sus consejos, su cochinillo al horno en diciembre; verlo alegre y orgulloso de su eterna compañera, nuestra querida colega y hermana de la vida Asmirian.
Quedan sus plantas y su hermoso jardín que cuidaba con pulcritud, su enorme pecera, queda su mascota Beto; queda una bella familia que continuará su legado y sobre todo nos queda su imagen imperecedera, la de un hombre recto, preocupado por su país, emprendedor y solidario.
Las paradojas de la vida: él que lo dio todo para salvar muchas vidas y llevar alegría a las casas de la gente atendidas por su ciencia, ahora no pudo sacar su caso.
Luchó mucho, por todos y después por él mismo, pero no pudo más y nos deja un nudo en la garganta y el recuerdo de nuestras cuitas, cantatas que tanto admiraba de su esposa y rumbas familiares inolvidables.
Es verdad, Dios llama rápido a la gente buena.
Y tenemos que recordarlo como nos pedía el poeta Mario Benedetti:
“No me recuerdes ausente
No me busques en el olvido
Piensa que en la paz de mi sueño
Te sueño y no me he ido…”

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