La lucha por la democracia en Venezuela se ha convertido en un truco gramatical, utilizado por cualquier persona para esconder mezquinos intereses. Hay quienes recurren a ella para urdir venganzas contra adversarios y enemigos, o para llegar sin méritos hasta alguna posición política. Algunos en este camino llegan al extremo inconfesable de cohabitar con aquel a quien pretenden desalojar del poder.

Por Luisa Ortega Díaz

Así es como en la lucha social, que demanda de líderes comprometidos con los padecimientos y anhelos de la gente, la ha ido copando el oportunismo que acecha todos los espacios políticos, frenando e impidiendo el desarrollo de nuevos liderazgos, jóvenes, frescos, y ciertamente más cercanos a sus comunidades y a sus regiones.

Esos lugares no les pertenecen sino a quienes trabajan con la comunidad. Las encuestas que miden el rechazo que siente la población por aquellos que no le han brindado ninguna solución a sus problemas, expresan con claridad porcentajes de rechazo superior a 85% para algunos y cercano a 60% para otros. Lo que evidencian estos números es la realidad: la mayoría de la población no los quiere porque no los acompañan en sus luchas. En un país en el que un grupo de cleptómanos usurpa el poder y lo hunde en la peor miseria de su historia, es difícil explicar cómo quienes en los espacios de oposición exhiben porcentajes de rechazo similares a los que loshan destruido con su incompetencia y su perversidad.

Los venezolanos les recuerdan que no están dispuestos a continuar brindándole su apoyo a quienes no los han podido conducir a la conquista del bienestar y felicidad, que son en verdad, los que padecen la crueldad con la que la autocracia destruyó nuestra economía e institucionalidad.

Todo eso hay que cambiarlo, pero con nuevos líderes de base, que son quienes han demostrado que pueden hacerlo. Hoy tenemos pequeñas victorias que nos destacan su fuerza porque al tener sus oportunidades triunfaron en su empeño y lo siguen haciendo. Se nos presenta ahora un nuevo reto que debemos verlo con mucha atención para no contribuir a otro fracaso que lance a los venezolanos por un callejón que esté condenado a naufragar: el revocatorio. Cada iniciativa que se promueva, siempre, invariablemente debe convertirse en aciertos, y no en actos que desilusionen más a los venezolanos.

No voy a llover sobre mojado. Ya otros han explicado suficientemente y con argumentos sólidos, el error que puede significar intentar algo de lo que no estamos convencidos, sea una victoria moralizadora para el pueblo. Solo citemos dos elementos que, a fuerza de obvios, se empeñan en ignorar.

Si toda la historia reciente con la que se ha justificado que Nicolás Maduro no es presidente porque su pretendida elección fue ilegítima, y ante lo delicado del tema, porque esto involucra a todo el país. ¿Cuál es la fuerza en militantes, recursos, promoción y organización de quienes impulsan el revocatorio? ¿Son partidos políticos con una multitud de miembros inscritos o esto obedece a una acción bien planificada donde no se están midiendo las consecuencias, que pueden ser catastróficas? ¿Está la ciudadanía motivada y consciente para asumir y apoyar este reto tan importante para el futuro de la democracia en Venezuela?

El siguiente aspecto se ocupa de conocer los que impulsan esta convocatoria. Lo importante no es saber sus nombres o sus apellidos, sino a quiénes y a cuántos representan. Si bien, solicitar un revocatorio es un derecho que tenemos los venezolanos constitucionalmente, no es menos cierto que su activación está sujeta a condiciones tan claras y exigentes que resulta irresponsable proponerse este objetivo sin antes asegurarlas. Si no existe un sentimiento profundo, arrollador, masivo y palpitante en las calles del país que sirva de base de apoyo para esa solicitud, esta puede convertirse en un peligroso mecanismo que más que ayudar a desmontar la autocracia, termine en una nueva frustración para un ciudadano ya cansado de que sigamos incurriendo en errores de cálculo político. Empresas de esa magnitud deben obedecer más a la sensatez que a impulsos desesperados.

De lo que hablo es de un concepto con el que al parecer estamos reñidos: legitimidad. Quienes pretendan convertirse en representantes de los anhelos políticos de los venezolanos están obligados a demostrar que tienen la legitimidad necesaria para hacerlo, la cual no la da el hecho de tener un partido político o de pertenecer a uno. No. Tampoco proviene de haber sido perseguido o de haber estado alguna vez cerca de las esferas del poder.

La legitimidad solo la da la aclamación y la aprobación del pueblo. Es el ciudadano, ese venezolano que padece, que sufre, que llora por la tragedia en la que vive, el que realmente otorga la legitimidad a quienes deben representar y defender sus anhelos y sueños; ese venezolano que hoy está solo, olvidado e ignorado por los que se autoatribuyen la legítima representación del pueblo. No basta ser miembro de la jerarquía de un partido político sino representar al pueblo marginado. Si son parte de una estructura partidista, también deben ser voceros del dolor social y defensores de los intereses ciudadanos y de la Constitución. El acto político no es enarbolar banderas o la satisfacción de un deseo de venganza y retaliación.

Nuestra prioridad hoy no es un revocatorio, sino la reconstrucción del poder ciudadano, del poder que tiene la gente, la convicción de que es en las manos de los venezolanos donde están las fuerzas que se necesitan para cambiar las cosas. Y eso se hace volviendo a las comunidades a trabajar con la gente, impulsando el liderazgo renovado que ya existe  en las calles y vive su tragedia. Esa es la prioridad y a ella estoy consagrada.

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