El trueque de productos de primera necesidad, la venta de efectivo o la compra de alimentos o medicinas en presentaciones informales. En las calles y en los comercios se han multiplicado las formas de intercambio con las que se intenta tener acceso a bienes y servicios cada vez más elusivos

En las calles y en los comercios caraqueños se han hecho habituales prácticas que hasta hace no mucho tiempo hubieran sido vistas como extrañas o clandestinas. En los estantes de varios locales del centro de la ciudad se acumulan las botellas plásticas de refrescos o de jugo llenas de líquido verde o rosado. Los envases contienen jabón para “todo uso” o suavizante de ropa, a precios que varían entre 700.000 bolívares y 3 millones de bolívares, mucho más económicos que los de presentaciones comerciales. Si el comprador lleva el envase, tendrá que pagar mucho menos.

Con un pequeño molino portátil, un hombre joven ofrece, por su parte, café recién molido, que empaqueta en bolsitas que se venden entre 500.000 bolívares y 5 millones de bolívares. La reconversión espontánea y práctica que se aplica en las calles no elimina los 5 ceros como decidió el gobierno, sino que sigue ahorrándose 3, por lo que el vendedor explica que el producto puede costar entre 500 y 5.000. Cuentan con un punto de venta, como indica una cartulina escrita a mano, pero quienes están dispuestos a pagar en efectivo pueden conseguir precios radicalmente más bajos.

Uno de los mejores ejemplos es el de la venta de huevos: si alguien compra un cartón de 36 unidades mediante una transacción electrónica, por transferencia o tarjeta, tendrá que pagar 6 millones de bolívares, pero si es con papel moneda podrá cancelar una cantidad que varía entre 1,8 millones y 2 millones de bolívares, e incluso menos. Bryan Uzcátegui, que maneja un pequeño puesto de venta de huevos en la avenida Fuerzas Armadas, cuenta que también los vende al detal debido a que muchas veces los compradores no tienen para pagar ni siquiera media docena. “Cada unidad sale a 60.000 bolívares, en efectivo”.

Las colas siguen siendo parte del paisaje habitual en la capital, muchas veces frente a los bancos, formadas por quienes quieren obtener algo del anhelado papel moneda, sin importar cuánto tiempo haya que esperar bajo la lluvia o el sol. Los precios con descuento que obtienen quienes pagan en efectivo, que incluso pueden vender ese dinero por dos o tres veces su valor, se explican precisamente por la escasez, así como por el esfuerzo que debe hacerse para obtenerlo, señala el decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello, Ronald Balza.

“Un buhonero posiblemente tiene que pagar transporte, gasolina, estacionamiento, servicios para los que necesita efectivo; y para obtenerlo tendría que hacer la cola en el banco o en el cajero. Entonces prefiere vender más barato a quien le pague en efectivo para no tener que buscarlo por sí mismo. Es una diferencia importante porque en realidad está pagando ese tiempo y esfuerzo que otro invirtió en hacer la cola”, dice.

Paradójicamente, el papel moneda no suele recibir un trato digno: en las mesas de los vendedores ambulantes se exhiben gruesos paquetes de billetes de 1.000 bolívares, sin recibir mucha atención, al lado de frutas y verduras. “Es contradictorio porque necesitas billetes que en la práctica no valen nada, requieres de mucha cantidad para pagar la mayoría de los bienes que necesitas adquirir”, señala Balza. “Basta con recordar lo que ocurrió con el billete de 100 bolívares. Eran necesarias cajas llenas de papel moneda para poder pagar un producto”.

El bachaqueo, la compra de efectivo, puntualiza, son síntomas de un deterioro: “A medida que se van quebrando los canales formales de negociación, también aparecen otras formas de intercambio y nuevas negociaciones que se basan en lo que la gente está dispuesta a aceptar”.

El trueque como rutina. Muy lejos parecen haber quedado esas alocuciones que Hugo Chávez daba hace una década para tratar de convencer a la población de las bondades del trueque. “Una parte de la producción de bienes y servicios debe ser para el intercambio con la comunidad”, decía el entonces presidente. “¿El trueque? ¿Saben cómo se llama eso? Socialismo”.

En medio de las penurias impuestas por las escasez y la hiperinflación (en junio la inflación alcanzó 128,4%, según la Asamblea Nacional), el canje se ha convertido en otra estrategia para tener acceso a productos cada vez más elusivos, aunque la verdad es que no hay sesgo ideológico alguno de por medio, como querrían probablemente los defensores del proyecto del chavismo.

Miguel Ángel Pérez (nombre cambiado para evitar represalias) recibe una caja de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción debido a que trabaja en un ministerio. Por los 10 productos del CLAP que le asignan le descuentan 25.000 bolívares. El mes pasado le dieron 2 paquetes de toallas sanitarias que decidió intercambiar por otra cosa, pues en su familia no las necesitan. “Se las di a una compañera de trabajo por 2 latas de atún. El mes pasado también cambié una bolsa de leche por 2 kilos de arroz”.

El paisaje de privaciones en el que está inmersa la mayoría de la población fue retratado por la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida, realizada por las universidades Central de Venezuela, Católica Andrés Bello y Simón Bolívar, que encontró que 89,4% de los venezolanos consideraba que el ingreso de su familia era insuficiente para la adquisición de alimentos dentro y fuera del hogar. El monitoreo Samán, efectuado por la ONG Cáritas entre niños menores de cinco años de edad de seis estados, también ha revelado que 89% de los hogares tiene una alimentación poco diversa e insuficiente y que ha aumentado la proporción de familias que deben privarse de alimentos, liquidar sus bienes o separarse para sobrellevar la situación.

Ante eso, no ha faltado quien pregunte si lo que ocurre en Venezuela califica como una economía de guerra. Desde luego, ha sido el discurso predominante del gobierno de Nicolás Maduro, quien ha insistido en que una “guerra económica” de los “enemigos de la revolución bolivariana” ha desencadenado la crisis, aunque esta semana, durante la instalación del IV Congreso Nacional del PSUV, admitió una vez más sus errores en la conducción de la política económica.

“Más que una economía en guerra, nos encontramos en una guerra por la supervivencia en la que todos estamos incluidos en una especie de histeria colectiva”, expresa la economista Marisela Cuevas, profesora de la Universidad Centrooccidental Lisandro Alvarado. Hay que tomar en cuenta, apunta, que se trata de la consecuencia de un proceso, inédito para el país, de hiperinflación, para el que los ciudadanos no estaban preparados. “El primer efecto es la destrucción y desaparición del sistema de precios relativos. Nosotros no sabemos realmente cuánto cuestan las cosas. Por eso vemos las diferenciales abismales que pueden tener los productos entre uno y otro lugar”.

Nerymar López, dueña de una peluquería en Candelaria, vivió esta semana esa experiencia al intentar adquirir un medicamento para la hipertensión. “Afortunadamente pude encontrar una farmacia donde me vendieron 10 pastillas por 2,8 millones de bolívares, cantidad que pude pagar. En otras partes el mismo producto me costaba entre 4 millones y 6 millones de bolívares”.

Cuevas explica que una hiperinflación también trae consigo una reducción del consumo “a niveles mínimos”, y por ello los comerciantes empiezan a ofrecer presentaciones más pequeñas o detalladas que hagan posibles las ventas. “Se ha vuelto uso y costumbre ir todos los días al supermercado, al abasto, a la tienda a comprar lo que se necesita a diario; y eso está ocurriendo prácticamente en todas las clases sociales, porque las compras al mayor, para una semana o para 15días, se volvieron inalcanzables”.

La clase media extinta. El vertiginoso aumento de precios del que todos los ciudadanos son testigos cada vez que van al supermercado, queda registrado cada mes en las mediciones del Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros. Para junio, la canasta básica familiar alcanzó 654.214.674,03 bolívares, un aumento de más de 353 millones de bolívares con respecto al mes anterior; es decir, un incremento de 117,2%. Una familia de 5 personas necesitó más de 21 millones de bolívares diarios para cubrir ese gasto, 7 veces el salario mínimo.

El economista Oscar Meza, a cargo de ese seguimiento, considera que la dramática situación a la que la crisis económica ha llevado a la mayoría de los hogares sí puede tener matices similares a lo que habría dejado una guerra. “No tenemos dos bandos armados, pero sí un gobierno que parece tener una guerra contra los ciudadanos, que no está pensando en el bienestar de la gente”.

Cuevas, especialista en neuroeconomía, rama que estudia cómo los agentes económicos toman decisiones, señala que entre los venezolanos hay carencia y desesperanza, y su comportamiento al ir al mercado responde por tanto a un instinto primario de supervivencia. “Muchos analistas se preguntan por qué la población no ha reaccionado a una situación límite como la que tenemos, y es precisamente porque la mayoría está ocupada en subsistir. Una población empobrecida se encuentra limitada porque su comportamiento económico está dirigido fundamentalmente a buscar la manera de garantizar los alimentos”.

Una de las perversiones de los procesos hiperinflacionarios, añade, es que conduce a la desaparición de la clase media, y ello ha ocurrido también en Venezuela, donde ya más de 80% de la población se considera en pobreza. Los extintos sectores medios se han empobrecido o han emigrado. “Tenemos dos países, porque una de las distorsiones que han dejado estos 20 años de las peores políticas económicas que hayan sido aplicadas en Venezuela es que han conducido también a la división entre un segmento de la población que se ha enriquecido groseramente, que vive en medio de lujos, mientras la otra parte sobrevive en medio de las mayores carencias”.

Balza compara con un encogimiento lo que ocurre en la economía venezolana: todo el sistema se hace más débil y la recuperación, por tanto, se torna cada vez más difícil. “Podríamos decir que vamos a un colapso, pero en estos casos los colapsos no suelen ser masivos; pueden parecerse más bien a un efecto dominó, en el que van cayendo piezas una tras otra. No es que el país vaya a desaparecer, pero sus condiciones pueden ser cada vez peores”.

Recomendaciones para tiempos convulsos

En la espiral hiperinflacionaria y la aguda crisis económica en la que está inmerso el país, es difícil ofrecer recomendaciones para que los ciudadanos puedan afrontar la cotidianidad. Sin embargo, la economista Marisela Cuevas, profesora de la UCLA, señala: “Este es un proceso que en algún momento va a terminar. Las economías pasan por épocas de recesión, y nosotros estamos en una fase de depresión económica”. Aconseja que es importante no perder de vista eso. Recomienda asimismo tomar las decisiones económicas de la manera más racional posible. “Hay que tener autocontrol y planificar muy bien el gasto que se va a hacer”. Las familias deben buscar medios alternativos para obtener ingresos, añade, “porque con un sueldo es imposible tener un nivel decente de vida; hay que gestionar las habilidades para obtener más recursos, y ser creativos con el manejo del dinero; hacer un presupuesto familiar, clasificar los gastos para ver qué podemos reducir o eliminar”. Pese a las dificultades, pronostica que lo que ocurre dejará aprendizajes: “Nos enseñará a valorar aún más aspectos importantes, como los afectos y la familia”.

378,3

millones de bolívares fue el monto que alcanzó la canasta alimentaria familiar en el mes de junio, de acuerdo con el Cendas, un aumento de 58,1 millones de bolívares con respecto a mayo. Una familia necesitó más de 12 millones de bolívares diarios para cubrir ese gasto

4.684,3%

fue la inflación acumulada en Venezuela entre enero y junio de 2018, según cálculos de la Asamblea Nacional, que también informó que la inflación anualizada, comprendida entre junio de 2017 y junio de 2018, alcanzó 46.305%

VÍA EL NACIONAL.

 

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