Algunos piensan que la fuerza para cambiar la tragedia que sufre Venezuela será posible por un milagro que ocurrirá espontáneamente gracias a la divina intervención de un caudillo iluminado, que hará las cosas por nosotros y finalmente nos liberará de la opresión. Otros, un poco menos optimistas —al menos en apariencia—, delegan esa función en la estructura de un partido político que, como instancia suprema, debe ser poseedor de la verdad, tener el monopolio de la acción política y la última palabra en cuanto a lo que debe hacerse o no.
Por Luisa Ortega Díaz
Ambas visiones distan mucho de la realidad, porque menosprecian el papel de la única fuerza social que realmente existe: el ciudadano, la gente, el pueblo. No se trata de cambiar un caudillo por otro, o querer sustituir la hegemonía excluyente de un partido, por la de otro que haga lo mismo. Lo que realmente queremos es recuperar la confianza en el poder ciudadano, en esa expresión democrática que es el voto y su manifestación política, que es el liderazgo comunitario, real y emergente.
De lo que se trata es, de volver a las bases, a lo simple, a lo que funciona, a lo que realmente es hacer política.
Es allí donde reside el gran reto. No el hacer política solo desde las redes sociales, sin conectarse con las realidades que aquejan al país. Un hombre solo no es un líder ni un dirigente político. Este para serlo debe tener un cuerpo de postulados claros, coherentes, un programa e ideas políticas, una visión social para el país y su gente, manteniendo una conexión viva y orgánica.
Tampoco es crear nuevos partidos políticos, sino revitalizar, las estructuras de los que ya existen, darles sustancia ideológica, contenido programático real y, por supuesto, regresar a las comunidades con postulados que reflejen lo que el país necesita, no en el espacio virtual de una red social o en la comodidad amurallada de sus oficinas.
Los pueblos pierden la paciencia cuando se cansan de verse abandonados, sufriendo abusos de una autocracia y que no le ofrezcan opciones frente a esa realidad; cuando descubren esas falsificaciones políticas y lo que está en juego es su destino, sus vidas y su felicidad; allí retoman la acción, retoman el control de su destino y lo hacen pasando por encima, no solo de la autocracia, sino también desplazando a esa representación política desatinada, miope y sectaria que, secuestrando la dinámica opositora, ha desbaratado oportunidades únicas e irrepetibles para darle al país un nuevo rumbo y contundentes triunfos.
Ese momento ya llegó a Venezuela. Estoy absolutamente convencida de que la autocracia venezolana puede ser derrotada fácilmente, porque es débil, es una farsa, es corrupta y ha traicionado a todos los venezolanos. Y también todos los protagonistas de los desaciertos que hasta ahora hemos vivido quedarán como malos recuerdos en el pasado, y surgirá, como de hecho está ocurriendo, un nuevo liderazgo social, como ese que crece silencioso en cada rincón del país.
El pueblo venezolano ya comprendió lo que ocurre. Ya entendió cómo sacar a Venezuela de la catástrofe en la que está hundida. Su comprensión es el primer paso para ser libres de nuevo. Libres para elegir su propio gobierno y para definir sus liderazgos conectados con el sentir popular.
La vitalidad ciudadana, la fuerza política real de las calles está activada. Es una fuerza tan poderosa que no hay forma de detenerla una vez que se libera. Y ya está libre. Está reconstruyendo la fe en las capacidades de la gente, en el poder cívico del voto y la expresión democrática de las ideas. Esa fuerza crece en la conciencia de los venezolanos que ya saben que tienen poder, que sirve para cambiarlo todo: el voto.
No hay fuerza más potente y poderosa que esa. Y a ella le temen tanto quienes usurpan el poder como quienes creen que con subterfugios van a engañar a los venezolanos. El pueblo sabe con absoluta certeza que el cambio es algo que deben hacer ellos mismos, con su voto y haciéndolo valer, con su voz y sus reclamos.
Es el momento del ciudadano, el momento de la democracia, la que se conecta con la gente, la que surge de las comunidades, del nuevo liderazgo que viene de ella y que respeta a todos porque es cercano, incluyente, solidario y profundamente humano.
Es por eso que mantengo firme mi compromiso con la democracia en Venezuela, mi fe en las capacidades de sus ciudadanos, y creo que empezaron a ejercer el control del camino político de nuestro país y que su triunfo es inexorable.
Eso tiene asustados a muchos. Y no es para menos.