Los violentos episodios de los últimos días en Siria, los primeros de esta magnitud desde 2020, revivieron los temores de un recrudecimiento del conflicto en un país dividido en varias zonas de influencia y con enemigos apoyados por diferentes.
El Kremlin dijo este lunes que continúa apoyando al presidente sirio, Bashar al Asad, después de que una coalición de grupos rebeldes dominada por islamistas tomaran el control de Alepo, la segunda ciudad más importante del país.
«Por supuesto que seguimos apoyando a Bashar al Asad», afirmó el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, a periodistas, y agregó que Rusia formulará su posición para establecer «qué es lo que se necesita para estabilizar la situación».
El Kremlin no ha dado indicios alguno de cómo podría aumentar su apoyo, considerando que el Ejército ruso está acaparado por el conflicto en Ucrania.
El domingo Al Asad prometió reprimir con dureza esa ofensiva «terrorista» y subrayó «la importancia del apoyo de aliados y amigos para hacer frente a los ataques terroristas respaldados desde el extranjero», tras reunirse con el ministro iraní de Relaciones Exteriores, Abás Araghchi, que viajó a Damasco.
En 2015, el régimen sirio, con el apoyo militar clave de Rusia e Irán, comenzó una contraofensiva que le permitió recuperar progresivamente el control de gran parte del país.
Un año después recuperó la totalidad de la ciudad de Alepo, pulmón económico de Siria.
Los violentos episodios de los últimos días en Siria, los primeros de esta magnitud desde 2020, revivieron los temores de un recrudecimiento del conflicto en un país dividido en varias zonas de influencia y con enemigos apoyados por diferentes potencias regionales e internacionales.
El Ejército ruso indicó el domingo que estaba ayudando al Ejército sirio para «hacer retroceder» a los rebeldes en las provincias de Idlib (noroeste), Hama (centro) y Alepo (norte).
Se trata de los enfrentamientos de mayor magnitud en varios años en Siria, escenario de una guerra civil que estalló tras la violenta represión de protestas pacíficas en 2011.
El conflicto, que involucró a potencias regionales y mundiales, así como a grupos yihadistas, ha dejado medio millón de muertos, millones de desplazados y un país fragmentado.